11 Aug
11Aug

     

     Nací en una ciudad del sur de Buenos Aires poco dotada de actividades náuticas. Si bien se sitúa sobre la costa del Río de la Plata, los 15km de  agua marrón que la separan del centro de la ciudad capital generan cierta zona de exclusión que padecemos todos los que navegamos en ella.

     Para hacerle honor a mi ambición por la aventura, ni bien recibí un folleto de que se dictaban cursos de navegación a vela en el club de mi ciudad, me apunté sin dudarlo. Nadie en mi familia navegaba y no conocía ni a una sola persona que lo hiciera. Estaba estudiando en ese entonces Geología. Mi vida, como la de todo adolescente supongo, oscilaba entre la quemazón por la duda de un futuro incierto y un presente lleno de estímulos. Hasta que empecé a navegar. 

     No estoy segura de haber disfrutado en aquel tiempo de esas navegaciones cortas, el club era muy lindo y los instructores me transmitieron mucho amor, pero aquellos barcos con velas amarillentas, con parches de fibra pintados, olor a humedad y cubiertas emblandecidas por el uso, fueron disparadores de un sueño. ¡Ahhh, si supieran lectores! Lo que palpitaba mi corazón al ver los barcos con velas negras (de regata) navegando sobre mares azules. Rápidamente mi fondo de pantalla resultó ser una imagen de la Rolex Giraglia, un campeonato del Mediterráneo. Conocía todos los barcos que participaban de ella y me había estudiado minuciosamente el recorrido. Anhelaba algún día -al menos- poder ir a ver la largada. Pero a ese mundo solo podía espiarlo, porque le pertenecía a otros... 

     Al poco rato conseguí un trabajo como voluntaria en una escuela de vela para personas con discapacidad, aprendí al tiempo que enseñaba y de a poco pude insertarme en los otros clubes de la ciudad donde participé en regatas locales. 

     Tres años más tarde recibí un llamado; '¿Tenés planes para Junio?' Era un navegante invitándome a correr una regata, mi primer regata fuera de Argentina, y como no podía ser de otra forma en mi vida, era la Rolex Giraglia. Me explotaba el alma de entusiasmo, y este fue el comienzo, creo yo, de toda esta historia. Lo sucedieron muchas otras regatas en diferentes países, infinidad de barcos, experiencias y anécdotas, cruces oceánicos, navegaciones polares, estrellas, noctilucas, peces voladores, icebergs, delfines y ballenas. Auroras boreales, estrellas fugaces, y recuerdos que no se pueden mejorar ni con la imaginación. 

     Esta es la historia de mi transformación, de cómo los barcos le dieron sabor a mi vida. No esperen encontrar en estas páginas grandilocuentes relatos de hazañas heroicas. Más bien, busco compartir la esencia de encontrar una pasión y vivirla intensamente. Deseo transmitir la belleza y el encanto de una vida llena de momentos mágicos, desde la perspectiva de alguien que simplemente ama navegar. Soy, después de todo, una oveja negra como otra cualquiera. 


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