Ya lo había descubierto: quería dedicar mi vida a la náutica y a contagiar el amor por los veleros. Con Guille veníamos tambaleando alquilando barcos para dar clases durante un año y medio y poder seguir con nuestro proyecto, pero un pequeño ahorro en la cuenta me empezó a decir en secreto que era hora de comprar uno. Sin embargo no nos alcanzaba para comprar algo como lo que queríamos, aunque a penas sabía lo que era eso. Recorrí varios clubes de Buenos Aires buscando el indicado, nada llegaba a cumplir mis expectativas y mucho menos cuando mencionaban lo que costaba. Hasta que en un remoto club de San Nicolás, sobre la orilla del Río Paraná, varado se encontraba el 'Torgus'. Un Ezcurra 24 sin grilla, con estructura de barco de madera, un poco abandonado.
Sentí algo cuando lo vi, era amplio, pero estaba indudablemente deteriorado. La pintura estaba muy resquebrajada y el interior no tenía absolutamente nada. El pañol de velas estaba aceptable, pero aún así seguí mirando.
Guille llegó a Buenos Aires y lo llevé al Torgus. Nos miramos y entendimos al instante que era ese el barco perfecto para nuestra escuela. Negociamos un precio, buscamos prestamistas (Llamese mamá, papá y amigos) y fuimos por él.
Cuando fuimos a buscarlo estaba varado. En el contrato de compra-venta agregamos una cláusula donde especificaba que si al levantarlo, el fondo estuviese en mal estado, el barco sería devuelto a su puerto de origen. Preparamos lo que necesitábamos, le llevamos un motor prestado, y Juan nos acompañó a navegar esas 180 millas náuticas río abajo con el Torgus.
El Río Paraná tiene mucho tráfico de buques y es muy peligroso navegarlo de noche. Sumado al frío penetrante del invierno, la niebla y la oscuridad tenebrosa del delta, la navegación había que hacerla con responsabilidad y muy alertas. Pero el barco debía estar listo para el verano.
En los dos días que nos llevó navegarlo fuimos discutiendo el nombre. Mi papá había sembrado la idea de llamarlo Mr. Chippy, que era el gato de la expedición de Shackleton, muy querido y llorado por los tripulantes cuando tuvieron que matarlo porque abandonarían la embarcación. El nombre le calzaba al barco como un traje hecho por un sastre. Mi sueño siempre fue ir a la Antártida y me apasionan los gatos, entonces me sentía identificada con la historia. Guille propuso pintarlo de azul y voilá, Mr Chippy fue tomando forma y color.
Cuando finalmente salimos del Río Paraná e intentamos surcar las someras aguas del Río de la Plata nos volvimos a varar. Otra vez no! Mr. Chippy cala 1,30 mts y sobre el canal costanero en San Isidro los bancos de arena se mueven constantemente. Lo escoramos un poco, logramos sacarlo y seguimos navegando rumbo a Quilmes, puerto situado en mi ciudad natal y donde se llevarían a cabo las reparaciones.
Una vez en Quilmes lo levantamos, pasamos una lija suavecita y descubrimos que el fondo estaba lleno de ampollas. ¡Oh no! Esto sucede cuando la fibra hace ósmosis y entonces se forman estas ampollas con agua que debilitan la estructura y si o si hay que arreglarlas. Estábamos a tiempo de devolverlo, por suerte había puesto aquella cláusula en el contrato que nos eximía de esta situación. Pero ¿Lo devolvemos? Ya estábamos enamorados de como navegaba este soldado y subirlo de vuelta hasta San Nicolás no era opción!
Manos a la obra, y a repararlo!!
Las ampollas llevan mucho trabajo ya que no solo hay que abrir una por una, sino que hay que dejarlas una semana secar, luego rellenarlas con fibra de vidrio, luego lijar, luego masilla, luego lijar, luego impresión, luego lijar, luego masilla, luego lij... Y de pronto el trabajo que queríamos hacer en una semana nos llevó dos meses.
Papá trajo a su albañil y entre él, Javi, Guille y yo lijamos la cubierta y las bandas, enmasillamos la cubierta y las bandas, cubrimos las ampollas, las enmasillamos, le dimos impresión, lijamos, enmascaramos, pintamos. Y en primera instancia el barco quedó mas o menos así:
Esto que parece sencillo, créanme, llevó muchísimo esfuerzo. Tanto que muchas veces tuve ganas de rendirme y nos arrepentimos de no haberle pagado a alguien para que lo haga. Pero había que terminarlo en tiempo récord. El proceso fue algo así como:
BANDAS:
-Lija intensa
-Masilla
-Lija
-Impresión
-Masilla
-Lija
-Impresión
- Primera mano de pintura color
-Masilla
-Lija
-Segunda mano color
- Tercera mano color
... ¡Y eso que solo menciono las bandas!
Al mes de trabajo ya habíamos pintado la primera mano de bandas y le habíamos dado impresión al fondo (La impresión es una pintura color gris que sirve para detectar relieves o partes donde falta lija o masilla). Compramos lo mejor, las pinturas más tecnológicas del mercado y más. Luego enmascaramos la cubierta y ya estaba lijada y pronta para pintar.
En medio de la restauración surgió mi segundo viaje a Groenlandia. Papá y Guille me mandaban fotos por whatsapp de cómo iba quedando Mr. Chippy. Hasta que un día me mandó algo que no me puso tan contenta...
'Pa ¿Ese es el azul mediterráneo que elegí?' le decía con una inevitable voz de decepción por teléfono. A lo que papá respondió que si. 'No me gusta.'
Se me partió el corazón de decirle a papá que el color que yo misma había elegido, puesto en el barco no me gustaba. Quería algo más oscuro. Con Guille recorrimos varias pinturerías para descifrar cuál sería el color indicado. Papá me entiende porque es tan puntilloso como yo, entonces compramos una lata nueva, lijamos el azul que no nos gustaba y...
HOLA MR CHIPPY!!!! Ahora sí! Logramos conseguir el azul que queríamos, y junto con el fondo pintado de color crema por el High Protection, ya relucía el diamante! Solo quedaba darle unas manos de Antifouling al fondo (Una pintura especial para que no se peguen las algas y bichitos marinos), la cubierta -que no es poca cosa- y el interior.
Al volver de Groenlandia me puse a trabajar en el interior del barco. Mi parte favorita. Papá, como buen arquitecto, me ayudó a diseñar varias opciones y finalmente convertimos un lúgubre interior de barco rioplatense, en una casita. Un detalle no menor es que le pusimos los pisos de pinotea de la casa donde nací y viví durante veinte años, y fue demolida.
Cuando casi todo estaba listo era hora de acelerar el papelerío para poder llevarlo a Punta del Este. Fuimos y vinimos a prefectura muchas veces, y la mayoría de esas veces Guille tuvo que aguantar mi frustración, mi llanto y mi enojo al enterarme de que los papeles estarían listos 'Por lo menos en seis meses más.'
Limpiarlo y sacarle todos los hongos no fue fácil. Luego las paredes las tapizamos con una goma aislante porque se nos ocurrió que era mejor que la alfombra. Cortamos el mamparo, pintamos de blanco, y pusimos los pisos que mandó a hacer Guille con la pinotea. Mandé a hacer las colchonetas, y así quedó! Mr. Chippy cuenta con 6 cuchetas (2 conejeras), una modesta cocina con tanque de agua dulce de 100lt, un inodoro (Debajo de la colchoneta de proa) Y mucho pero mucho amor!
Con el tiempo 'El Chippy' se fue adornando con luces, libros, canastos de mimbre, y por supuesto por poco que me guste, cosas de gran utilidad. Hemos navegado ya unas cuantas millas y decenas de personas pudieron gozar de sus singulares virtudes. Cruzó el Río de la Plata a lo largo, navegó de noche, sirvió unos exquisitos fideos gourmet, izó el Spinnaker, y se convirtió en la alfombra mágica que queremos montar todos los fines de semana.
Gracias a todos los que sponsorearon y siguen sponsoreando este proyecto, gracias a Guille por elegir llevar a cabo esto juntos, a Papá que lo hizo todo junto con Javi, a Mamá que fue y vino como backstage de esta historia, a los amigos que ayudaron a gestionar el papelerío (ustedes saben que comprar algo y transferirlo lleva su tiempo) y a mi que me esfuerzo cada día para lograr que el barco luzca de punta en blanco. Gracias a nuestros alumnos por elegirnos, y a ustedes lectores, que son cómplices de las andanzas de este barco que dentro de poco pronunciará sus primeras palabras.